La verdad, la pura realidad (El Ángel II).

Aclaración: este relato cuenta la historia antes y después del principio y fin de la guerra :)

La vida podía seguir siendo maravillosa si no hubiera cambiado nada.

Todavía tenía la sensación de sentirle aquí, a mi lado...

*** cinco años antes ***

—La llevaría hasta el fin del mundo si ese lugar existiera —me dijo Mosón por enésima vez.

El chico era el heredero al trono del país vecino. Vestía uno de sus mejores trajes de paseo de color azul oscuro que hacían juego con sus ojos, pero éstos de azul cielo. Los rayos del Sol robaban de su pelo castaño radiantes reflejos que me encantaba observar. Paseábamos por los jardines de su gran palacio. Su mano, que un minuto antes se encontraba en unos de sus bolsillos, se hallaba ahora entrelazada con la mía. Se la llevó a los labios.

—Cásate conmigo, Lena.

La aparté enseguida.

—Ya es la quinta vez que me lo pides, Mosón –le miré—, no seas cansino. ¡Y no me trates de
usted! —rió—. Hace mucho tiempo que nos conocemos.

—Y desde el primer momento en que te vi, me enamoraste – terminó de decir eso y me besó.

No me gustaba que hiciera ese tipo de cosas, pero me había pillado desprevenida. Intenté apartarme de él, pero mi corazón no quería, así que le correspondí.

—Mosón para, por favor –le dije en cuanto paramos para coger aire—. Nos podrían ver.

Se apartó de mí, mascullando entre dientes algo que sonaba como “y que más da”.

—Sabes que llevo razón –le contesté.

Mosón echó a andar hasta la fuente que había en el jardín. Se asomó para poder ver su reflejo y se apartó un mechón de pelo que le cubría los ojos. Se giró hacia mí.

—Ven –dijo en un susurro.

Me acerqué a él dejando que el Sol calentara mis mejillas. Cuando llegué a su altura, me invitó a sentarme en el borde de la fuente. Yo llevaba un vestido verde claro, propio de una princesa, lo cual era. En cuanto lo hice, él me imitó.

—Lena, te amo.

—Eso ya lo sé.

—Sé que somos jóvenes todavía, tú tienes 15 años y yo en unos días cumpliré los 18. Pero aun así… –me cogió otra vez de la mano-. Lena, no me importa lo que diga mi padre, yo te quiero por como eres –me miró a los ojos-. No me importa el reino, ni las tierras, ni el oro. No quiero nada de eso, solo te quiero a ti.

— ¡Oh, Mosón! –sus palabras me habían emocionado. Me iba a arrojar a sus brazos cuando oí una voz.

— ¡Lena! –era mi padre, el rey Eros-. ¡Ah, aquí estás! –se paró a escasos metros de nosotros-. O mejor dicho, aquí estáis —acababa de reparar en mi acompañante—. Buenas tardes, príncipe Mosón.

-Buenas tardes, rey Eros –se levantó, le apretó la mano e hizo una reverencia-. ¿Ya ha hablado con mi padre?

—Sí, acabamos de terminar la reunión –me miró-. Creo que hemos ganado un amigo.

Le sonreí. Nuestros reinos estaban enfrentados a raíz de mi negación a casarme con Mosón. No dudaba del amor del joven príncipe hacia mí, dudaba de las intenciones del que podría ser mi futuro suegro, el rey Set.

—Debemos irnos, Lena.

—De acuerdo –le contesté. Me giré hacia el príncipe-. Espero volver a verle pronto, príncipe Mosón –hice una reverencia-. Me pensaré su invitación

—Espero que sea positiva –me cogió la mano y la besó. Hizo una reverencia dirigida a mi padre y se quedó en el jardín, viéndonos marchar.

Mi padre y yo nos adentramos dentro de los caminos de castillo de rey. Las paredes nos proporcionaban sombra, pero también temor.

—Hija, ¿amas al joven príncipe de Tohr? –rompió el hielo mi padre.

—Yo –no supe que decirle-. Pues… - me miró- Sí, padre. Lo amo –agaché la cabeza, no quería que me viera llorar.

—Entonces, ¿por qué le rechazas una y otra vez?

—Pues… -¿le decía lo que creía, lo que el rey Set podría planear?-. No me gusta su padre.

—Pero con él no te vas a casar.

—Sus ambiciones son demasiado… –no sabía definirlo-, no me gustan padre, es un hombre en el cual no deberías confiar.

—Tranquila hija –me pasó el brazo por los hombros—. Con esta reunión hemos ganado un amigo.

Yo no pensaba eso, y mucho menos cuando una flecha pasó a escasos centímetros de nuestras cabezas y se estrelló contra la pared.

— ¡Guardias! –chilló mi padre.

Nuestros soldados llegaron corriendo a nosotros y nos escoltaron hasta abandonar el castillo. El último recuerdo que tengo de aquel suceso fue a Mosón con un arco en las manos, mirándome.

*********

Habían pasado cinco años de eso y todavía sentía dolor. Mosón nos había intentado asesinar, mi querido príncipe, mi amado joven.

Pero ahora todo había terminado. La guerra había llegado a su fin y nadie la había ganado. Su padre asesinó al mío hace unos años, y hacía un rato el general Anmar me había clavado su espada y me había arrojado por el precipicio, pero para sorpresa de todos, había sobrevivido…

Claro que si mi difunta madre era un ángel, yo también lo era… Así que yo, solita, tras convertirme en un ángel mientras caía por el precipicio, con mi poder, había acabado con el ejército enemigo, pero no con él, no con…

— ¡Lena! –chilló Mosón, su voz era inconfundible-. ¡Por favor Lena, no me abandones! ¡No te vayas! –había seguido mi rastro—. Vuelve conmigo ahora que todo ha acabado —no le miré—. ¡Lena por favor!

—Tu padre mató al mío... —arrastré las palabras.

—Lo sé Lena, te intenté avisar pero no me dejaban verte –le di la espalada—. Y aún no sé por qué…

— ¿¡Qué no lo sabes, qué no lo sabes!? —le miré a los ojos, él retrocedió—. ¡Intentaste matarnos, a mí y a mi padre!

— ¡Eso es mentira!

— ¿Cómo te atreves? –me encaré a él—. Sabes que es verdad, la flecha que salió disparada hacia nosotros… ¡Tú tenías el arco cuando te vi!

—Pero, pero… –no articulaba palabra—. Lena, ¿como pudiste pensar eso? Lena, mi vida, acababa de ver al hijo de Anmar apuntando en vuestra dirección y le empujé para que no os diera –le miré—. Sabes que él tiene muy buena puntería, y eso jamás lo hubiera fallado.

Me quedé sin habla. En eso tenía razón, y además había oído rumores de la “traición” del hijo de Anmar, pero jamás imaginé…

— ¿Y cómo se que eso es verdad? –le espeté.

Se acercó a mí lentamente. Cuando nuestras cabezas se encontraron, se dio la vuelta y empezó a arremangarse la camisa.

Miré su espalda, perpleja. Tenía cicatrices por toda ella, pero una destacaba por encima de las demás, era una gruesa línea diagonal que le cruzaba toda la espalda.

—Este fue mi castigo.

No necesité escuchar más. Me puse en frente de él y, como había hecho aquel joven príncipe hace años conmigo, le besé, pillándole desprevenido.

3 comentarios:

Voilà, me ha encantado. Es hermoso leerte, y tienes gran talento. Vamos, yo te apoyo. ¿Me harías el honor? Sería un placer recibirte en mi morada y compartirte mis lecturas y trabajos. Todo mi cariño y afecto. Au revoir.

 

Hola Roxi, pásate por mi blog que tienes una cosa para ti.
Saludos desde La vetana de los sueños, blog literario.

 

Voy ahora mismo^^

¿Qué será?