Anie

La niña paseaba sus pequeños ojos esmeralda por la ciudad. Las imágenes pasaban ante sus ojos rápidas, imposibles de guardar en la memoria. Se giró y vio a su tía sentada junto a ella. Iban en un coche de caballos que habían alquilado nada más bajar del barco, cerca de la plaza principal. Llovía sin parar en aquella tarde que cambiaría su vida para siempre… El coche se paró delante de un gran jardín. Había una enorme casa que imponía nada más mirarla. Era gris, triste y aterradora. En cambio, los pequeños jardines, verdes con arbustos, resaltaban la mínima alegría que podía encontrar. La niña, que llevaba un vestido rosa oscuro, se quedó embobada mirando todo lo que había a su alrededor, cuando una voz la llamó.

-Anie, ya hemos llegado. Baja enseguida -dijo su tía, que había bajado por la otra puerta-. Te gustará este lugar, Anie, ya lo verás.

La niña seguía sin escuchar nada ¿Cómo le iba a gustar, con lo triste que era? Finalmente bajó del coche y le dio la mano a la mujer. Mientras esperaban en la puerta, el cochero bajó sus maletas y las acompañó.

Llamaron al timbre, una voz sonó y rápidamente se abrió la puerta. Cruzaron el jardín observando a su alrededor. Llegaron a unas escaleras que conducían a una gran puerta gris, vieja pero elegante. Su tía llamó dos veces. Una señora abrió la puerta.

-Señora Merkel -dijo una señora que no tendría más de 30 años-. Pase por favor. La estábamos esperando.

Los tres entraron al recibidor. El interior relucía por su belleza y elegancia. Había unas escaleras que conducían hacia el primer piso. Alrededor de ella pudieron ver muchas puertas. Una de ellas daba a un pequeño despacho, del cual salió una mujer alta de ojos grises, con el pelo recogido en un moño.

-Señora Merkel -dijo la directora, la señora Nell-. Espero que haya tenido un buen viaje. ¿Es esta su sobrina? -señaló a Anie.

-Sí, así es -contestó Hannah Merkel-. Es mi adorable y pequeña Anie –sus ojos brillaban-. Espero que cuiden bien de ella hasta que… yo pueda hacerme cargo de su situación.

-Sin duda alguna, estará perfectamente –miró hacia las escaleras-. De este colegio han salido mujeres disciplinadas, y bien casadas con ricos herederos.

-No creo que Anie este tanto tiempo.

-Oh claro, por supuesto que no, esto era solo… como información.

-Tengo prisa, ha sido un placer señora Nell.

-El gusto ha sido mío –se estrecharon las manos.

-¿Dónde podría despedirme de mi sobrina… a solas?

-Allí, vaya por esa puerta.

Tía y sobrina se dieron la mano y anduvieron hacia la puerta. Entraron en un gran salón decorado de color rojo. Había grandes sofás y sillones en toda la habitación, y justo, en la pared de en medio, un retrato de un hombre. Anie se preguntó quien sería.

-Annie, escúchame bien, pequeña -empezó a decir su tía-. Ahora mismo no puedo cuidar de ti. Tengo que arreglar unos papeles que puede que me lleven unas semanas, pero mientras tanto, te quedarás en este colegio. ¿De acuerdo?

-No me gusta, tía Hannah. Es muy triste -la voz de Anie reflejaba todo el miedo y tristeza que sentía la niña-. Quiero irme contigo, ¡me portaré bien! Te ayudaré a hacer la comida…

-Anie ¡si solo tienes 5 años! No quieras crecer tan pronto.

-Quiero irme con mamá y papá.

-Sabes que ellos no volverán, Anie, lo sabes.

-¿Pero tú si, verdad?

Hannah la miró a los ojos, le daba pena dejar a su sobrina, pero no tenía más remedio.

-Claro que sí, pequeña, claro que volveré -las dos se abrazaron fuertemente durante un buen rato… hasta que alguien entró al salón.

-Señora Merkel -era la directora-. El cochero dice que se tienen que ir ya.

-De acuerdo -se soltó de los brazos de su sobrina-. Anie, cariño, regresaré pronto, lo prometo -la dio un beso en la frente-. Te quiero.

-Y yo -sollozó la pequeña.

Lo último que vio de su tía fue su largo vestido color esmeralda que tanto le gustaba. Su pelo castaño, largo y con tirabuzones, se movía al movimiento de sus pasos. Vio como se daba la vuelta y le guiñaba un ojo. Luego ya, tras desaparecer del salón, la imagen que apareció fue la de la directora… que parecía más siniestra con esa sonrisa demoníaca que le lanzó a la pequeña.